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El bolsillo secreto


Hace un tiempo que empecé con un nuevo hábito y lo comparto por si alguien quiere imitarlo. Creo que es importante mejorar cada día, aprender y practicar nuevas estrategias e incorporar a tu vida cosas nuevas.

Resulta que me vino a la memoria un recuerdo, que mucha gente se gastaba las monedas, el cambio o las vueltas en comprar tabaco en España. Cuando estas personas lo dejaban, cuando lograban no fumar un cigarro más, lo habitual era que lo metiesen en una hucha y al abrirla se diesen cuenta de que se gastaban un dineral. Siguiendo esta idea, comencé a meter las monedas, el cambio, los céntimos o centavos en un bolsillo secreto de la mochila. En lugar de esperar unos meses, un año o un periodo largo, decidí que ese dinero no era para mi, decidí que podía comprometerme con una causa de forma ágil y donarlo. Entonces comencé a pensar y encontré la realidad que quería apoyar.

Me enfoco especialmente en la inmigración venezolana, se que hay opiniones encontradas y que resulta un tema delicado, pero también recuerdo los españoles que dejaron su país durante la dictadura de Franco. Son cantidad de hombres, mujeres y niños que abandonan sus casas, es un problema que viene de largo, pero que con el paso de los años ha empeorado. Las cifras son disparatadas, miles de personas saliendo de su país cada día (algunas cifras hablan de 5.000 diarios), para buscar seguridad y una nueva vida. Subiéndose al Transmilenio uno lo puede apreciar, cada vez son más las personas que se suben a pedir o vender cualquier golosina para poder pagar la pieza donde dormir con su familia. Por más que los veo no deja de impresionarme, especialmente ver los niños chiquitos pasar estas necesidades. Quizá sea porque me recuerda a mis sobrinos, a los niños de Ghana o Ciudad Bolivar, quizá sea porque conozco los inquilinatos o las habitaciones donde les toca dormir un rato, o quizá sea ese anhelo de ser padre sin haberlo logrado. El caso es que no quiero mirar hacia otro lado y he encontrado una estrategia para poner mi grano.

La estrategia del bolsillo secreto de mi mochila, de esa hucha donde guardo las monedas que me sobran de la compra, las vueltas del transporte o de cualquier pago de baloto, los doscientos pesos del parking o del corrientazo que como. Se trata de compartir estas monedas con los vendedores ambulantes, con esas personas que trabajan de manera informal en el transporte público o por la calle, con esos matrimonios con hijos pequeños que están de paso o que tratan de buscarse la vida en este país hermano. Se que puede resultar asistencialista, que no resuelve el problema de fondo, que no cambia los centros de poder o las desigualdades sociales, quizá tampoco sirva para nada o genere un gran impacto, pero solo el hecho de hacerlo me hace sentir Santo. Lo importante es identificarse con esa realidad, mirar a las personas de forma digna, tener un gesto simple pero comprometido, desearles que salgan adelante aunque tu no puedas ayudarles. En un país donde el trabajo es un derecho constitucional, donde a las personas no les da vergüenza poner un puesto en la calle, donde venden cualquier cosa o cantan o recitan o bailan para ganar unas monedas, yo aporto mientras pueda.

La idea es sencilla de comprender y fácil de imitar, se trata de encontrar una forma sistemática de dar. No se trata de dar mucho sino de dar todos los días, no se trata de cambiar la vida de las personas sino de ser solidario en este camino de ida.

¿Te imaginas 1 millón de personas dando unas monedas en la calle todos los días? ¿Te imaginas 200 millones de pesos pasando a las manos de los que más lo necesitan?

Con esto no estoy queriendo proponer una política pública, no quiero que sigamos dando mercados o juguetes en Ciudad Bolivar, pero si que tengamos pequeños gestos de humanidad en nuestro día a día, que vivamos en la abundancia y nos orientemos a dar porque llegará el momento en que la vida nos regalara la paz interior o la felicidad.

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