Llego el siglo XXI, el siglo de la tecnología, pero también el siglo de la soledad y la individualidad. Grandes avances nos facilitan nuestro día a día, pero también acaban con tradiciones y costumbres arraigadas en otras generaciones. Considero necesario y apropiado el uso de tecnología, ir adaptándose y aprendiendo cada día, pero también saber decir que no a ciertas modas o avances que nos aíslan, saber moderar su uso para controlarlo y mirar atrás para aprender del pasado.
Recuerdo cuando era pequeño y vivía en un cuarto piso, nos tocaba subir caminando cada día, con el entresuelo eran cinco pisos y ver a mi mama subir cargada con la compra era un sufrimiento. El hecho de tener que usar la escalera obligaba a las personas a encontrarse y arrancar conversaciones a diario, estrechar relaciones y convivir como verdaderas comunidades. Esa costumbre hoy en día casi se ha perdido, con el uso del ascensor, con las nuevas generaciones que llegan a vivir o alquilar los pisos, madrugando en las mañana y regresando a las casas en la noche, viviendo rápido sin tiempo para conversaciones, hace que la buena vecindad sea algo que añoramos las personas de mi edad. Recuerdo a mi mama tendiendo la ropa en el patio interior, escuchando cantar a la vecina del tercero y conversando con la del primero, o entrar al piso de al lado a visitar a nuestra vecina, dejar las puertas abiertas y ayudarse siempre que podían.
Hoy en día vivo en el campo, tengo buenos vecinos y se valorarlo. Es una bendición poder contar con alguien cuando uno lo necesita, poder pedir un favor y encontrar gente con buena voluntad, con vocación de servir sin esperar nada a cambio, personas que trabajan para el bien común, con los que se construye relaciones a largo plazo, casi como hermanos. Esa familia que a uno le regala la vida es importante cuidarla, dedicar tiempo y corresponder con buenos gestos. Somos animales sociales y debemos construir y tejer redes entre nosotros, para apoyarnos y llegar lejos, para sumar y genera un impacto positivo en la sociedad.
