Siento una especial atracción por el Mar, imagino que nos pase a todas las personas que nacimos en la costa. Es algo especial, la ciudad se abre al océano igual que mis pensamientos. Siempre trato de buscar el momento para contemplar, para escuchar, para jugar, para reír, para conversar, para soñar, para desayunar, para hacer un picnic, para jugar al fútbol, para caminar… siempre junto al mar.
Llevo más de 5 años viviendo en Colombia, en su capital, lejos del mar. No me acabo de acostumbrar. Me encanta vivir en el campo, pero algo me falta. Soy un afortunado y cada año viajo a España para poder encontrarlo. Nada más llegar a casa dejo las cosas y me pongo en marcha. Es como una atracción, ganas de verlo y sentirlo al sol. Me pongo el bañador y me voy a probarlo. Después, descanso. Cuando estoy en Santander me llevo a cuestas la oficina a una cafetería, con vistas al mar, para inspirarme y conectarme, para saborear un café con diamantes.
Cuando hago planes también lo tengo presente, no me hace falta vivir en la parte de la ciudad más pudiente, lo disfruto igual o más que el resto de la gente. Mi vida mira al mar, es un momento en el año muy especial, volver a mi esencia, tener un lugar donde esconderme de los demás, donde respirar y verme, donde pensar y mirarme, si mirarme en el espejo de la sal y la corriente, refrescarme y cargar la energía para volver al frente.
Con el paso de los años he entendido mejor esta relación, que comenzó de pequeño sin ninguna intención, simplemente por la casualidad o deseo de la vida de nacer en esta región. A medida que crecía los recuerdos se forjaban a su alrededor, acampadas en el Puntal y baños en la Virgen del Mar, fuegos artificiales en la bahía, BNS y conciertos en la Magdalena hasta que amanecía. Después era algo más intencional, pasear con Zara por Castelar, sabia que me hacía bien, que me ayudaba a sanar y calmar mis ansias por conocer el mundo y viajar. Desde que deje puerto, he regresado añorando el momento. Ahora que me establecido lejos, se que lo quiero, que mi vida no puede vivir sin ello.
El Mar me enseña a ser paciente, a contemplar sin más, a respirar y observar, a calmar mis preocupaciones, construir sueños y aspiraciones, a dar forma a mi vida, a entender mi lugar en el mundo y como organizar cada segundo. El Mar me hace creer en la belleza, en la magia y la grandeza, en la inmensidad y la profundidad, en la eternidad y la presencia. Su color azul y blanco, su espuma y su rastro, su sonido melódico acompañando. Que regalo poder escucharlo, poder verlo y olerlo, poder tocarlo, soy un auténtico privilegiado. Son tantas las personas que pasan a su lado sin entender su grandeza y aprovecharlo, que doy gracias a la vida por haberme enseñado. Miro el Mar con ojos de pez o de niño pequeño haciendo castillos en la orilla del Sardinero desde la niñez. Sigo haciendo castillos desde entonces… algunos se destruyen y otros iluminan el horizonte.




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