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La comodidad


Muchas personas no son conscientes del precio que pagan por vivir cómodas, por eso con estas líneas quiero incomodar un poco. La verdad es que el ser humano es un ser de costumbres y nos adaptamos fácil a las rutinas, como levantarnos siempre a la misma hora, trabajar de 8 a 5, comer las mismas cosas o ver televisión 2 horas. Es fácil llegar a los 40 con una sensación de insatisfacción, de monotonía y falta de sentido. Pero es difícil cambiar de vida, dejarlo todo o tomar decisiones arriesgadas para perseguir un propósito.

En este caso, aunque mi vida no sea muy tradicional y no trabaje para una empresa como la gran mayoría, también se basa en rutinas. Desde los 25 que comencé a viajar no he parado, pasando por Londres o Manhattan, India, Colombia o Ghana. Me he acostumbrado a vivir sencillo, porque la vida entra en una mochila. Me he acostumbrado a alimentarme y ayunar de vez en cuando, en lugar de entender la comida como un placer y gastar mucho dinero en restaurantes o buffets. Me he acostumbrado a estudiar mucho, a leer e investigar y hacer cursos online. Me he acostumbrado a disfrutar tiempo en soledad, a meditar y planear el día antes de empezar. Y podría seguir contando muchas cosas más.

Pero hace unas semanas llego una noticia, una posibilidad de irnos a vivir a Bogotá. Al principio me asustó la idea, pues tengo calidad de vida y estoy de maravilla. Trabajo desde casa la mayoría de la semana, disfruto de la tranquilidad y la gran capacidad de concentración que me brinda el lugar. Llevo 3 años viviendo en el campo, los vecinos son extraordinarios, el sonido de los pájaros, el aire puro o las montañas, el amanecer a las 6 de la mañana. La huerta, el perro y las gallinas, la leche del vecino y salir a caminar o hacer ejercicio. La decisión supondría abandonar esta vida y volver a guerrear a la ciudad, a vivir una vida urbana como mucha gente “normal", a respirar aire contaminado y estar expuesto a más inseguridad. Es algo que no había pensado y de repente puede que suceda ya.

Después de meditarlo un rato, me di cuenta que es un ejercicio de desapego. Igual que sucedió con el Escarabajo unos años atrás, dejar este paraíso se que me va a costar. Pero en realidad, se abren nuevas oportunidades y sobre todo dejo de vivir como un pensionado y vuelvo a incomodarme. Ya lo he aceptado, me estoy despidiendo cada día por si acaso, procuro ver el amanecer, caminar mucho y disfrutar del campo, dar gracias por todos estos años y lo mucho que me han enseñado.

No se lo que pasará, si nos quedaremos o nos iremos a la ciudad, pero se que estoy listo para volver a empezar, que la vida da muchas vueltas y tengo un gran sueño que quiero lograr, así que compre un billete de ida y estoy listo para volar!

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