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Los centros comerciales


Al llegar a Colombia hace ya varios años, una de las cosas que más me sorprendió, fue la cantidad de centros comerciales que había por todas partes, inmensos y siempre llenos de gente, a todas horas, empleados y personas.

Tengo que decir que los odio y cada vez que entraba con mi novia a uno, acabábamos discutiendo, yo no me controlaba y los criticaba. Es verdad que son uno de los símbolos del capitalismo y que invitan a comprar cosas que no necesitamos, que promueven el endeudamiento y la obsolescencia programada, que venden una felicidad irreal, inalcanzable y material. Se trata de un espacio creado desde la publicidad, esa herramienta enemiga del ser humano, obsesionada por el crecimiento económico y la rentabilidad de las compañías, en lugar del bienestar y realización de las personas, en lugar de la reducción de la infelicidad a nivel mundial o del compromiso y generación de impacto social.

Especialmente detesto las plazoletas de comida, ese invento humano para dar de comer a un hormiguero de personas sin servicio de mesas ni vocación en la atención de la empresas. Me resulta incómodo comer rodeado de tanta gente, sin posibilidad de ver otra cosa que comida por todas partes, marcas y slogans. No me gusta el olor, la vista o el sabor, no me gusta el espacio, la urgencia y la música a todo trapo. No cambio por nada poder comer en un parque, dormir la siesta y tomar un tinto de sobremesa.

Finalmente acabe dándome cuenta que el problema en realidad no eran las tiendas, sino yo que no sabía controlarme; me generaba mucho enfado ver a la gente gastando, endeudándose y comprando, ya que conocía la otra cara del mundo donde no se vivían esos lujos y estilos de vida americanos. Finalmente me di cuenta que era yo y no el entorno lo que debía cambiar, para no dejarme llevar y poder mantener la Paz.

Primero empecé a darme cuenta después de discutir, justo después de equivocarme. Más tarde, en medio de la discusión ya era consciente, y al final, antes de poner un pie dentro ya sentía que el carácter me cambiaba. Conseguí cambiar mi estrategia, y en lugar de acompañar a mi novia de tiendas, me relajaba tomándome un tinto (Café en Colombia) y simplemente lo acompañaba de una buena lectura o de la merienda. Reconozco que funcionó, y muy bien. A los dos nos iba fenomenal, yo sacaba tiempo para aprender y mi novia para desconectar. Al final nos casamos y pudimos aprender a conciliar.

Hoy sigo viendo aumentar la oferta de megacentros comerciales en la ciudad. Soy capaz de entrar en ellos sin protestar y pasar desapercibido como una persona normal. Siempre que puedo los evito, al igual que las grandes franquicias, la ropa fabricada en china o las imitaciones de San Andresito (ver artículo: ¿Original o Imitación?). Alguna vez entro a esas plazoletas, pero podría decir que ya no me afecta. Creo que el haberme alejado de la ciudad y visitarla dos días por semana ha sido un aspecto fundamental. Siento que no los necesito ni ellos a mi, siento que sin ellos puedo vivir.

Y tu, ¿Qué opinas de los centros comerciales?

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