Ayer me sentí como un niño, me arriesgue a subir a un árbol, controle mi miedo a las alturas o al que dirán si me caigo, me enfoque para avanzar, vi el peligro pero pudieron las ganas de jugar y demostrarme que soy capaz. Sentí de nuevo la adrenalina en el cuerpo, miedo por momentos, alegría y diversión al mismo tiempo, me sentí joven al recuperar el espíritu de aventura que llevo dentro.
En un mundo que nos invita a la rutina, a emplearnos y buscar trabajos para pagar facturas, a consumir entretenimiento y desconectarnos a través de las redes sociales de nuestra responsabilidad como ciudadanos, un mundo que deshumaniza y descarta personas, un mundo dominado por los maestros de la guerra, un mundo cuyo equilibrio se tambalea, todavía tenemos un pequeño espacio para la libertad y debemos recuperar la voluntad para luchar. Son pequeños gestos o rutinas, pequeños juegos cada día, oportunidades de ir contra corriente, de divertirse y conocerse, de darnos a los demás sin esperar nada más, pequeñas burbujas de libertad.
En Neusa volví a vivir la libertad, volví a reír y sentirme como Mowgli en “El libro de la selva". Fue celebrando el cumpleaños de mi esposa, que disfrutamos de una barbacoa, una fogata y terminamos con una caminata. Volví a mirar al cielo para contemplar las estrellas, de hecho le regale una de ellas (si miras esta noche y encuentras la constelación de Orion, es justo la que brilla debajo), disfrute del calor y el color del fuego, me deje llevar por su encantamiento, también me deje envolver por el frío y la helada de la noche, para agradecer el calor de la tienda de campaña rodeados de montañas.
Al día siguiente caminamos por la laguna, un paraíso para los que no han perdido la capacidad de emocionarse, de contemplar la belleza de la naturaleza cuando la tienen delante. Nos adentramos en un bosque encantado, parecía sacado de un cuento de los hermanos Grimm con Hansel y Gretel esperándonos. Recordé momentos de mi infancia, jugando con mi hermano por los campos de Valdegama. Fue allí donde encontré varios arboles caídos, donde me vino una idea divertida a la cabeza, no pensé mucho y me deje llevar por la experiencia. Comencé a hacer equilibro en el primer tronco, caminando de pie de un árbol a otro. Después la cosa se complico, ya estaba a unos 4 metros del suelo. Entonces improvisé una técnica, me senté y me aseguré con los pies, me puse gatear sentado por el tronco largo. Paraba cada vez que vía un árbol, me levantaba y estiraba, no miraba hacia abajo para que el miedo no me acongojara. Incluso el bajar fue una sensación espectacular, quedarme suspendido abrazando un árbol, sensaciones que no vivimos a diario. No no me caí y pudimos continuar la marcha, no cambio nada alrededor, pero si cambio algo dentro. Comencé a sentirme feliz y lleno de emoción, una sensación de paz y alegría me embargo.
Te invito a que busques pequeñas formas de revelarte, como ver el amanecer o divertirte como un niño en un parque. Te invito a que por un momento dejes de preocuparte por lo que piensen los demás, te sueltes la melena y te atrevas a hacer cosas nuevas. Puede ser jugar Tejo (la primera vez ni si quiera di a la madera), puede ser al escondite o hacer yoga frente al espejo, puede ser meditar o disfrazarte, puede ser cocinar cosas nuevas con ingredientes frescos de la huerta, puede ser hacer el pino, montar en bici o una carrera de trekking.
¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?




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