Ayer pude hablar con una persona muy especial y me volví a convencer de la oportunidad que tenemos como seres humanos de impactar en la sociedad. Es posible que cada uno individualmente no podamos cambiar el mundo, pero podemos transformar la realidad de algunas personas o ecosistemas. Desde hace 10 años escogí el camino de la solidaridad, del trabajo por propósito y no por plata, de servir a los demás como propósito vital, de inspirar y ayudar a crear una impacto positivo en los años que me quedan de camino.
En este momento que estoy arrancando un nuevo proyecto, valoro el hacerlo con ánimo de lucro o sin ello, y es algo que se cae por su propio peso. Todo lo que soy y lo que he hecho es un milagro, es un regalo, es algo que valoro mucho y por lo que estoy agradecido, por eso quiero devolver algo de lo recibido. Además confío en que no me faltará nada ni a los míos si sigo con esta filosofía de vida, porque aunque racionalmente tiene más sentido tener un gran sueldo, pagar un seguro de vida o pensión, tener ahorros y propiedades, joyas o cosas materiales, espiritualmente uno sabe que puede vivir sin ello, más ligero de equipaje, sabiendo que una vida austera y sencilla esta llena de alegrías, de conexiones verdaderas con personas auténticas, de milagros diarios que permiten seguir adelante, de fe y confianza en el futuro, de personas y organizaciones trabajando juntos.
Por eso sigo adelante con mi forma de ver la vida, con esperanza en lo que hago, con ilusión y motivación al máximo, con personas con las que comparto valores, con propósitos de transformación masiva, con compromiso y dedicación constante. Gracias a crearme mi propio estilo, llegan unas personas y no otras a mi vida, en su mayoría personas auténticas, personas valientes, que se arriesgan, personas que tienen grandes sueños y van a por ellos, personas que lo intentan, personas que hacen de este mundo un lugar mejor, personas que me elevan.
